Gideon me llama su ángel, pero él es el milagro en mi vida. Mi hermoso guerrero herido, tan determinado en matar mis demonios, rechazando al mismo tiempo, a enfrentar los suyos.
Los votos que intercambiamos deberían habernos atado más fuerte que la sangre y piel. En cambio, abrieron viejas heridas, exponiendo dolor e inseguridades, y atrajeron resentidos enemigos desde las sombras. Lo sentía escurriéndose de mis manos, mis grandes miedos convirtiéndose realidad, mi amor a prueba en formas que no estaba segura de ser lo suficientemente fuerte para resistir.
En el momento más feliz de nuestras vidas, la oscuridad de su pasado invadía y amenazaba todo lo que tanto habíamos trabajado. Enfrentábamos una terrible elección: aquella seguridad de las vidas que teníamos antes de conocernos o luchar por un futuro que, de pronto, parecía un sueño imposible y sin esperanza.